Conversos y Justicia
Fernando Barros Abogado. Consejero de Sofofa
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Fernando Barros
Con gran riqueza literaria y el atractivo de la historia oculta de regímenes y movimientos marxistas de los 70s, ha llegado el testimonio de dos “conversos” que muestran su desencanto con los socialismos reales y su tránsito desde la euforia revolucionaria a la constatación de la falacia de la sociedad gobernada por el partido del pueblo y la incompatibilidad con la aspiración de vivir en libertad y democracia.
Hoy se confirma que la vía armada y la violencia no fue un eslogan amedrentador; era real. Se reconoce que la violencia estaba abierta a la muerte de niños o mujeres embarazadas, ya que para la izquierda extrema la vida de inocentes era un costo menor ante la salvación de millones que llegarían a la felicidad socialista.
Si bien es destacable la honestidad y valentía de muchos conversos y la sensatez política que llegó junto a sus primeras canas, que confiesa la falsedad del “paraíso socialista”, su alcance se evidencia insuficiente al analizar el gobierno militar ya que se niega o minimiza la evidente causalidad entre la realidad que conformaban la guerrilla guevarista, Cuba, el Mir, la vía armada de la izquierda chilena y el peligro cierto de que se impusiere en Chile una ideología totalitaria, con el carácter indudablemente reactivo ante ello del surgimiento del gobierno militar.
Las FFAA y de Orden fueron llamadas por el mundo político, judicial y la mayoría de la sociedad civil a expulsar al gobierno de la Unidad Popular, entonces capturado por los que prendían fuego al país. Lo hicieron según su formación castrense, con las tácticas de lucha contra la subversión y de defensa de la seguridad nacional, que eran las consideradas adecuadas en la época para enfrentar el extremismo marxista y la guerrilla guevarista en América. Ellas les fueron enseñadas en la preparación institucional aprobada por los gobiernos de los Presidentes Alessandri, Frei y el mismo Allende. Se trataba de enfrentar a los “come guaguas”, a los que estaban dispuestos a matar inocentes en nombre de la revolución, a los que sacarían a la calle a los cordones industriales armados, a los que querían llevar a “los momios al paredón y a las momias al colchón”, a los mismos que después organizaron la “operación retorno” y la internación de armamento por Carrizal Bajo.
La Guerra Fría se peleaba en el mundo, y en Chile y Latinoamérica era caliente. Los militares llegaron al poder a su pesar y sin previa planificación y los combates reales, excesos militares, venganzas civiles y casos de ajustes de cuentas, que solo se explica por el odio y violencia alcanzado en años previos, se extiende por menos de 90 días y comprenden más de dos tercios de los casos de violencia política ocurridos en el gobierno militar. El resto se encuadra en la lógica de la guerra sucia entre servicios de seguridad y grupos extremistas, excesos particulares, operación retorno y la irracional espiral de violencia fratricida a la que nos llevó la opción marxista por la vía armada para imponer la quimera socialista en la sociedad chilena.
No es suficiente que la conversión se limite a reconocer que querían prender fuego a la sociedad que ellos consideraban capitalista, desvinculando la directa relación de causalidad entre su euforia revolucionaria con el actuar de quienes fueron llamados a apagar el incendio y reconstruir lo quemado.
Hoy todos los que incendiaron la pradera pueden definir el alcance de su conversión y vivir libremente; los fusileros de Melocotón gozan de libertad, algunos en mérito a la prescripción de su responsabilidad decretada ágilmente por los jueces; los que organizaron o fueron partícipes, con reconocimiento público y sin arrepentimiento, de la emboscada a la comitiva presidencial que significó la muerte de cinco jóvenes chilenos están libres, uno incluso integra el parlamento, es líder del comunismo chileno y no ha estado un día privado de libertad.
La conclusión del incompleto proceso de conversión pasa por pedir y entregar perdón y aceptar el que ambos bandos se excedieron y que ninguno es moralmente superior o menos culpable que el otro.
Septiembre es un buen momento para este segundo paso y la liberación de ancianos presos un acto de mínima justicia para una verdadera superación del estado de conflicto que aún persiste.